lunes, 9 de septiembre de 2013

Verso 6º - (...)

      Aún con las manos abrasadas, esgrimo no sin esfuerzo el teclado táctil de mi I-Pad, y me dispongo a contar mi nueva hazaña.

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      Ayer, justo al atardecer, cuando salir a la calle aún era doloroso, desperté como pude para comenzar mi preparación. Prendí una pequeña fogata en la chimenea sin estrenar de mi pequeño  piso, y la dejé crepitar un rato. Recordé con nostalgia cuando disfrutaba del crepitar de las llamas, junto a mi madre... Pero no era momento de ponerse nostálgica.
     Mientras que el fuego se consumía un poco, y el hierro en forma de cruz invertida del Sabbat se calentaba entre las llamas, cogí el corset más viejo que tenía y con ayuda de unas tijeras desgarré de manera estudiada el cuero, con intención de que parecieran rotos casuales, pero con el cuidado de que se mantuviera en su sitio, sin que se viera nada. Lo mismo hice con mis pantalones de cuero.
      Cuando el fuego ya se había reducido a brasas, agarré un trozo del cuero cortado de los pantalones, lo enrollé y lo agarré con los dietes. Aquello iba a doler... Sin pensarlo, metí los pies descalzos en las brasas, pisándolas con fuerza. El dolor fue terrible. Contuve los gritos, apretando con fuerza el rollo de cuero, pero aquello era una tortura... No sé si llegué a perder la consciencia, pero si no fue así, poco me faltó. Antes de que me diera tiempo a pensar nada, agarré el hierro incandescente de la cruz y lo apreté contra mi vientre. En esa ocasión, ni el cuero más duro habría refrenado el grito que surgió de mi interior. Aquella marca me duraría eternamente, pero el pago merecía la pena.
     Por último, anestesiada ya por el dolor de las quemaduras, introduje las manos, agarré las brasas más grandes que encontré, y las apreté con fuerza. No sé no cómo aguanté aquello, pero resistí al frenesí. Como bien pude, me levanté del suelo en el que yacía medio inconsciente, me colgué a la espalda la mochila que previamente había preparado con algunas de mis cosas, y con la ropa hecha harapos, las manos y los pies desnudos abrasados, y una horrible cicatriz en carne viva en mi plano vientre, me dirigí a la ermita de Santa Gemma.                     
      Christoph ya había dispuesto a mi petición un discreto coche negro, con las lunas tintadas, que me acercarían en dicho estado a unos metros de la ermita. El resto lo haría andando. Cuando llegamos, el chófer me miró por primera vez en todo el camino. Su cara de estupor pudo darme a entender las pintas que tendría que llevar...
        Anduve un buen tramo de carretera descalza, explotando al andar las ampollas que habían surgido en mis pies. El dolor era insoportable, pero en parte me venía bien, ya que conseguía que olvidara lo mucho que me dolía el resto del cuerpo. Deambulé como un zombi de película de serie B, hasta que a lo lejos pude ver la ermita, mi destino.
        Me acerqué a la puerta de la ermita, la cual estaba descolgada de los postigos, y allí estaban ellos... Danzaban alrededor de un pira ardiendo, mientras que la kóldun recitaba unas palabras que no logré entender.
        Decidí esconderme en unos arbustos cercanos. Por un momento, barajé la posibilidad de abandonar,  salir corriendo de allí, volver a emigrar a otra ciudad, y olvidarlo todo. Las heridas cada vez bramaban más. Estaba muy saciada de sangre, por lo que con esfuerzo, pude mantener a la bestia al margen. En ese momento era demasiado vulnerable, podrían acabar conmigo en cualquier momento y sin mucho esfuerzo. Pero aguanté.
       Dejé de oir barullo dentro de la ermita, para al momento comencé escucharlo mucho más cerca de mi escondite. Escuchaba sus voces, no sabía distinguirlas, pero sí lo que decían. Quise salir de los arbustos, pero me dolía todo. Necesitaba sanar las heridas que me había autoinfringido, sobre todo la del vientre, cada vez tenía peor aspecto. No podía pensar con claridad, así que antes de que pudiera tomar ninguna decisión noté una presencia muy cerca de mí. Pude identificar al hombre al darme la vuelta como Paul. No era mentira lo que se me había informado, era un vampiro muy atractivo, pero su rostro mostraba una expresión demasiado bella para no ser terrorífica. Era casi macabro, tétrico, demasiado hermoso para ser real.
- Vaya, vaya, mirad qué tenemos aquí... Una ratita malherida.-
- Por favor, ayúdame... – Mi voz sonó demasiado quebrada, rota y suplicante para mi gusto, pero el dolor era insufrible.
- ¿Ayudarte? ¿Por qué debería ayudarte? Me resultaría mucho más fácil acabar contigo. Sería una noche redonda.
- Por favor... quiero ayudaros. Quiero ser uno de los vuestros.
        En ese momento, noté a otro vampiro cerca. Esta vez, era Irina. Se había colocado justo encima de mí, con la máxima tranquilidad, casi autosuficiencia.
- Tranquila, Irina. – Su voz sonó potente, autoritaria. – Quiero escuchar lo que dice. La noche es joven, hay tiempo de sobra para matarla.
       Me dejaron narrar mi falsa historia, y por increíble que parezca, parece ser que la han creído. Les ofrecí acabar con Angelique gracias a las muchas cosas que sabía sobre ella, a cambio de que ellos me dejaran entrar en su manada. Era beneficio para todos: ellos acabarían con la príncipe de una ciudad,  oferta muy jugosa para una manada del Sabbat, y yo vengaba mi castigo injustificado. Además, tenía lógica que una vampira resentida quisiera salir de la camarilla, la cual la había tratado siempre mal, y entrar al Sabbat, para vengar así su tortura personal.

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    Y ahora estoy viva, que no es poco. No todos están de acuerdo con ello, sobre todo Irina que aprovechará cualquier momento para fulminarme, pero he llegado más lejos que lo que yo misma podría haber pensado. Estoy a prueba; Rodrick está sanando mis quemaduras gracias a sus conocimientos de vicisitud; con Jasmín la relación va viento en popa, y a cada rato mejor. Cariñosamente me ha apodado como “putilla”, me ha dejado ropa y hasta me deja dormir con ella. Hemos empezado muy bien. La relación con Paul... Bueno, es complicada, ni él termina de comprender por qué no me ha matado ya. Dice que esta noche tiene preparada una sorpresa...

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