miércoles, 14 de agosto de 2013

Verso 3º - La no historia de mi vida.


      Para mi nueva misión tengo que crear una vida totalmente diferente a la mía. Una treta que haga que mis “compañeros", la que debería ser mi futura manada, confíen en mí, no sospechen de esta traición y se sientan cómodos y ligados a mí. No ha sido fácil, y menos siendo una tremere que quiere ingresar en una manada Sabbat. Pero de la noche de ayer fue larga y dio para crear un argumento bastante creíble. Espero que funcione. He mantenido toda mi vida intacta, hasta el momento en el Paolo salió de ella. Allá va la no historia de mi vida:
      “De una familia simple, sencilla y normal, sufrí las injusticias del amor. Por culpa de un desalmado, que me amó de mentira, quise quitarme de en medio. Quise suicidarme y acabar con todo. Pero Stephan acechaba en las sobras, y tras vigilarme durante años, consiguió llegar a tiempo para quitar de mi muñeca aquella daga de fino acerco que había cogido a mi padre. Me convirtió y me enseñó todo lo que pudo, pero entonces alguien dio un chivatazo de lo que éramos.
      Nos apresaron y nos llevaron antes las autoridades locales de Roma. Éramos demonios de la noche, brujos malditos que tenían que ser purificados, y para eso no hay mejor medicina que el fuego. Nos ataron a dos postes de la plaza mayor, y con Paolo aclamando mi muerte, mi vida cambió completamente. Hasta entonces había vivido con Stephan alejada de líos de la sociedad vampírica. Pero gracias a él, y con la consecuencia de su sacrificio, pude huir de aquel infierno de madera y llamas. Vengué su muerte, maté a Paolo con mis propias manos, a su morena española y al retoño que había nacido de aquella relación.
      Después, huí a Hungría, donde Stephan me dijo que encontraría asilo. Me habló de Angelique, la príncipe de una ciudad, y conocida suya. Me acogería con gusto, dadas mis aptitudes mentales. Así que sin pensarlo dos veces, me refugié bajo los brazos de la Camarilla y Angelique.
      Pero conforme mis ansias de poder crecían, más me cortaba las alas aquella rubia oxigenada. Coartaba mi libertad, me encerraba en numerosas ocasiones, y me enviaba a las misiones más arriesgadas con la intención de acabar conmigo, pero sin mancharse las manos. Veía peligrar su puesto. Veía crecer a una chiquilla ingenua, que poco a poco le iba comiendo el terreno. Pero yo era más inteligente que ella, y andaba con pies de plomo. No cometía errores para no justificar un ataque por su parte, obedecía en todo momento, no le negaba nada.
      Crecí como persona a la sombra de una celosa vampira que quería verme muerta, pero no encontraba razón para ello. Si algo bueno saqué de la Camarilla, es que matar por matar a otro de nuestra especie, está prohibido y castigado severamente. Aquello me salvó en  numerosas ocasiones, y aún hoy por hoy me mantiene viva.
      Pero un día pisé en falso, sin intención de ello. Angelique me mandó a rescatar a unos cuantos súbditos suyos que habían caído en las fauces de la Inquisición. Un rebaño poco adiestrado que no había sabido sortear las trampas del enemigo, y que para variar, nosotros teníamos que rescatar. No tenían importancia alguna, no eran más que humanos de los que nos gustaba alimentarnos, pero sabían demasiado y no podíamos tolerar que se fueran de la lengua.
      La batalla fue atroz. Íbamos muchos de nuestra especie y varios humanos, pero la Inquisición esperaba aquel rescate y estaba preparado. No pudimos salvar a ningún miembro del rebaño, ya que los propios salvadores fuimos cayendo uno a uno. Aquello a Angelique le importaba poco. Había mandado a humanos poco valiosos a la misión y a vampiros prescindibles. Lo único que le importaba es que con la muerte de aquel rebaño había muerto el peligro a ser descubierta. Por supuesto, la posibilidad de verme muerta no sólo no le satisfacía, sino que además le era bastante necesaria.
      Sólo sobrevivimos unos pocos, todos vampiros. Pero nuestras heridas eran numerosas y bastante graves. Yo, en particular, había perdido mucha sangre. La bestia que mora en mi interior amenazaba con salir en cualquier momento, y con ella mi muerte. Al llegar a la mansión de Angelique, cometí el peor de los errores que he cometido en mi vida: bebí la dulce sangre de Gabriel. Gabriel era uno de los miembros del selecto rebaño de la príncipe. Tan selecto, que sólo contaba con él y dos más, Rafael y Miguel (los nombres corrían de parte de Angelique, muy sarcástica siempre). Pero, sobre todos los demás, Gabriel era su preferido. Sólo ella, y NADIE más podía beber de él bajo ningún concepto. Era única y exclusivamente para ella. Caprichos del poder.
      Pero mi desesperación por la sangre me llevó a errar en mi conducta. Cuando entré, y lo encontré al pie de las escaleras de mármol y madera de roble, sólo pensaba en el flujo de su sangre recorriendo su cuerpo. Al verme llegar tan herida, Gabriel se acercó a mí y me tendió la muñeca. Él también sabía que nadie podía beber su sangre, pero creo que la compasión nubló su mente, igual que la sangre nubló la mía cuando clavé mis colmillos en su vena. Su sangre era deliciosa; sabía a frutas dulces pero con un toque ácido y fresco. Ahí entendí por qué sólo ella podía probar su sangre, porque era una sangre magnifica. Seguí bebiendo hasta que algo golpeó mi cabeza. Era la mano de Angelique. Había bajado las escaleras al enterarse de que habíamos vuelto de la misión, y el panorama que se encontró la enfureció. Había cometido ese error que ella esperaba con tantas ansias para justificar su comportamiento posterior, había pisado suelo cenagoso y no había nadie con una cuerda que pudiera sacarme de allí.
       Aguanté insultos, maltratos, vejaciones y demás agravios de Angelique, sabiendo que no podía revelarme contra ella. Aun siendo más inteligente o más astuta, ella seguía siendo superior a mí en muchos aspectos. No quiso matarme. Dijo que prefería verme sufrir, y disfrutar con ello. Me torturó hasta que se cansó, y me desterró de su mansión y la camarilla. Me repudió como pupila, y manchó mi nombre con sus hilos de poder.

      Quemó mis manos y mis pies con hierros ardiendo, me quitó la ropa, dejándome únicamente una porción de lo que habían sido mis pantalones de cuero y el corsé de varillas de acero. Para finalizar la jugada, calentó en el fuego un hierro con el símbolo del Sabbat, la cruz invertida de la secta, y la clavó al rojo vivo en mi vientre. Aquello haría que la mayoría de los Vampiros me detestaran, y no pudiera volver a la protección de la Mascarada. Los más de 100 años a su servicio se convirtieron en un borrón de mi vida, más oscuro que la tinta china.
      Malherida, casi muerta, con las manos llenas de ampollas y llagas, semidesnuda y con una marca al rojo vivo en el vientre, buscaré refugio en aquel que me lo conceda, sin importar condición... Lo que sí tengo claro, es que Angelique pagará caro esto, y al igual que vengué la muerte de Stephan, vengaré mi tortura, aunque sea lo último que haga.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario